Desde hace tiempo mantengo una compulsión incontrolable por comprar
libros; cada fin de semana llego a casa con varios que me entregan en el jardín
San Fernando, cerca de la Alameda. Antes solía visitar librerías de viejo de la
calle de Donceles del Centro Histórico de la Ciudad de México; era fascinante
hurgar en esas pilas de libros empolvados con la esperanza de hallar algo interesante
que me pudiera robar el aliento. Muchos de mis libros vienen de ahí, de esas
librerías con nombres que invocan a la tentación: El Tomo Suelto, El
Inframundo, El Laberinto. Pero los tiempos cambian y ahora compro a través de
Facebook en grupos dedicados a la venta exclusiva de libros. Constantemente ofertan
verdaderas joyas librescas. En estos grupos virtuales tengo a mis favoritos: La
Estación de Libros, El Tlacuache rojo y Librería el Murciélago. También hay
tendidos sobre el piso, lo que requiere tener los ojos bien abiertos.
Ya les he confesado que tengo la firme convicción de leer todos mis
libros, absolutamente todos. No sé si me alcance la vida, pero me gusta
pensarlo así. No vayan a pensar que compro nomás por comprar. Cada uno de los
libros que tengo tiene un motivo para formar parte de mi biblioteca —bueno, de
mis libreros—. No miento si les digo que puedo contar la historia de cómo
adquirí cada uno, el motivo que me llevó a comprarlo y, en muchas ocasiones, lo
obsesivo que fue hacerme de algunos de ellos luego de tensas negociaciones con
el vendedor. Son muchas las aventuras que podría escribir una novela que
resultaría un mamotreto.
Cuando recibo visitas nuevas en casa y ven libros por todas partes,
suelen preguntarme si ya los he leído todos. De inmediato respondo que no, pero
que quizás algún día lo haré. También hay ocasiones en que me piden que les
recomiende algún libro para leer, pero difícilmente me atrevo a recomendarles
algo, porque pienso que elegir un libro para leer por placer es una decisión
personal. Lo que les digo es que visiten una librería o biblioteca y el libro
que les llame su atención, traten de hojearlo y leer la contraportada y si los
atrapa, ese será el indicado. Es que miren, la mayoría de mis libros tratan de
historia de México que va de la época prehispánica, la virreinal, el complicado
pero apasionante siglo XIX, un poco menos del siglo XX, pero muy en particular
de la historia de la Ciudad de México, un tema que me apasiona. Algunos de mis
libros son rigurosamente académicos, pero también tengo novelas históricas,
cuentos, crónicas y relatos. No les voy a mentir, también tengo novelas cursis
que suelen entretener. Lamento decirles que de poesía no tengo mucho, si acaso
tres, realmente es un género que no logra cautivarme. ¿Lo ven? Cada quien tiene
sus gustos. Ahora que, si conozco el interés del que pide la recomendación y
empata con mis gustos, por supuesto que me encanta hablar de libros y me dejo
ir como hilo de media, porque no hay nada más placentero que hablar y escuchar
lo que nos apasiona.
En fin, ayer 12 de noviembre se celebró el Día del Libro en México y fue
el pretexto para hablar de mis libros. Termino con esta frase de Fernando
Benítez: «Es cosa de nunca acabar. Vuelvo a mis libros. Me invade la certeza
dolorosa de que, si viviera cien años, nunca podría leerlos todos».
✍️ Adrián Martínez
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