No recuerdo cuándo fue la primera vez que visité el Museo de
la Ciudad de México, pero debió ser al menos hace unos quince años. Quienes lo
han visitado no me dejaran mentir si les digo que el edificio sede del museo,
es uno de los palacios novohispanos más hermosos del Centro Histórico. Visitar
este museo me produce sentimientos encontrados. Me encanta deleitarme con su
bella arquitectura barroca; por otro lado, me genera cierta tristeza darme
cuenta que un edificio tan hermoso, que tendría que ser de los más importantes
de la capital, carece de un guion museográfico que cuente la riqueza histórica
de la ciudad.
El Museo de la
Ciudad de México cumplió sesenta años de vida el pasado 31 de octubre. Cuando
me enteré de su aniversario me dispuse a visitar una hemeroteca para consultar
los periódicos del año de su inauguración y saber cómo se vivió aquel momento. Tenía
curiosidad de leer crónicas que describieran las salas con sus respectivas
exposiciones del recién inaugurado museo. Quería conocer cómo era el guion museográfico
original. Quienes hayan visitado el museo, al menos los últimos años, habrán
notado que tristemente carece de exposiciones que muestren la historia de la
ciudad. Sólo recuerdo un par de temporales muy buenas. Una dedicada a dos
arquitectos que han tenido relación con la arquitectura del edificio: Francisco
Guerrero y Torres, creador del palacio; y, Pedro Ramírez Vázquez, quien tuvo a
su cargo la restauración y adaptación del museo en dicho edificio. Otra estupenda
exposición llevó por título La Ciudad de México en el arte, ésta sí que
fue excelente que hasta publicaron un catálogo. No recuerdo otra que valga la
pena.
En mi visita a la
hemeroteca encontré que el 30 de junio de 1960 se publicó en el Diario Oficial
de la Federación el decreto del entonces presidente Adolfo López Mateos, que
declaraba de utilidad pública el establecimiento de un Museo de la ciudad de
México en la Casa de los Condes de Santiago de Calimaya, “para la
exposición, cuidado y conservación de los documentos, reliquias, antigüedades,
obras de arte y otros objetos vinculados a la historia y a la cultura de esta
ciudad”; el mismo decreto establece que el mencionado edificio debe ser
conservado como “recinto y marco peculiar de ese museo”.
Tras una profunda
restauración del inmueble virreinal del siglo XVIII a cargo del arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez, el Museo de la Ciudad de México fue inaugurado la mañana
del viernes 31 de octubre de 1964 por el aún presidente López Mateos,
acompañado de varios funcionarios, entre ellos el secretario de Educación
Pública, Jaime Torres Bodet.
Aquel día de la
inauguración, un reportero del diario El Nacional recorrió las
diecisiete salas del naciente museo en las que “se exhiben en el nuevo centro
de cultura maquetas, diagramas, pinturas, y dibujos originales, así como planos
y diversos documentos gráficos sobre la fundación y evolución de la metrópoli a
través de los tiempos; (…) los hombres que la gobernaron y los que le dieron
lustre y fama.” También, el reportero del diario El Día informaba que es
“un museo digno de las seculares grandezas de nuestra metrópoli”. Por cierto, me
llamó la atención leer que, en el discurso de inauguración, el enorme Torres
Bodet lanzaba la “invitación al pueblo mexicano para aumentar el acervo museístico”.
Leyendo las
crónicas de los reporteros queda claro que el museo se inauguró con un
estupendo guion que contaba con diecisiete salas en las que se distribuían
objetos que daban cuenta de la historia de la ciudad. Sesenta años después,
tristemente el museo ha perdido su vocación original, nada o casi nada de aquel
guion original se muestra en la actualidad.
Me queda claro que
los museos deben ser renovados y adaptados a los cambios ideológicos y
políticos, me queda claro que hoy hay nuevos y muchos públicos y nuevas y
muchas formas de manifestaciones culturales en la ciudad que deben tener un
espacio. Pero estoy convencido que un museo, el Museo de la Ciudad de México,
debiera volver a su vocación original para el que fue creado: un museo
destinado a cuidar y exhibir el acervo de su civilización y de su historia.
¿Hay algo que
celebrar?
Adrián
Martínez
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