En la segunda mitad del siglo XIX existió en la
Ciudad de México el Gran Teatro Nacional, ubicado sobre la calle Vergara (actual
Bolívar; entre Tacuba y Madero). La historia del teatro comenzó cuando en 1842
el presidente Antonio López de Santa Anna colocó la primera piedra de su
construcción. La obra estuvo a cargo del arquitecto Lorenzo de la Hidalga,
quien la concluyó en febrero de 1844.
El
teatro que, según las circunstancias de la época se llamaría Teatro Santa-Anna,
Teatro Vergara, Teatro Imperial y por último Gran Teatro Nacional, fue
considerado el más importante en su género. El historiador Enrique de Olavarría
ofrece en su Reseña histórica del teatro en México una descripción de la
fachada: «en su centro aparecen cuatro columnas colosales que forman la entrada
al vestíbulo; las elevadas columnas sostienen el entablamento con la siguiente
descripción en bronce: Gran Teatro de Santa-Anna». Continuando con la
descripción, Olavarría menciona que «el salón y el foro están separados por dos
pilastras y una columna a cada lado, sostenidos por un sólido y elevado
zócalo».
Fueron
casi seis décadas de vida artística y cultural del Gran Teatro Nacional, pues al
iniciarse el siglo XX se pensó en renovarlo, pero finalmente se optó por
demolerlo para construir otro. La demolición permitió prolongar la avenida
Cinco de Mayo hasta la Alameda y construir el nuevo teatro en los terrenos que
durante la época colonial ocupó el convento de Santa Isabel.
El
escritor Federico Gamboa lamentó la demolición del teatro dejando constancia en
su novela Reconquista: «A su fondo divisaban, destrozada, la enorme mole
del pobre Teatro Nacional, que echaban abajo para prolongar la avenida». […]
«visto a distancia lo que del imponente inmueble se conservaba en pie, aunque a
punto de caer, unas columnas por los suelos, en pedazos; gruesos cilindros de
piedra junto a montículos de escombro».
Estoy
convencido que cuando las ciudades se renuevan, dejan fragmentos de su pasado. Créanme
lo que les digo. En la correspondencia de don Justo Sierra, ministro de
Instrucción Pública del porfiriato, existe una carta fechada el 12 de octubre
de 1905 en la que el ministro de Hacienda, José Yves Limantour, le informa a
Sierra que en una propiedad que tiene su esposa en la calle de Vergara, existe
una pilastra que fue del Teatro Nacional, misma que «han pedido ya algunos
amigos para conservarla como recuerdo de dicho teatro». Limantour prefirió que
dicha pilastra sea conservada en el Museo Nacional como «un recuerdo histórico
del teatro». Justo Sierra responde la misiva aceptando aquel «recuerdo
histórico», y comisiona a una persona para que pase a recogerla.
El
escritor Vicente Quirarte afirma que aún se conservan las columnas de ese
teatro en un edificio de la calle Bolívar, casi esquina con 16 de septiembre. Desde
luego no se trata de la pilastra que Limantour ofreció a Sierra. Tampoco se
sabe si la pilastra llegó a las bodegas del museo. ¡Qué fascinante sería encontrar
en algún museo ese recuerdo histórico del Gran Teatro Nacional!
✍️ Adrián
Martínez
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